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domingo, 8 de septiembre de 2013

La hipótesis de que los perros puedan comprender las emociones humanas no es en absoluto nueva; lo cierto es que entre los dueños y dueñas de perros es frecuente escuchar que sus mascotas son capaces de detectar el buen o mal humor con el que entran en casa; y tampoco faltan quienes aseguran que cuando hablan con sus perros, y estos les miran, tienen la absoluta certeza de que están siendo comprendidos… aunque no haya forma humana de poder demostrarlo.


Esta idea no es sólo cosa de unos cuantos amantes de los perros, porque incluso el acerbo popular, con su frase: “El perro es el mejor amigo del ser humano”, señala a los cánidos como seres capaces de empatizar con los sentimientos de las personas. Porque en el fondo, ¿qué es un amigo, sino alguien que nos escucha y nos comprende?

Pues bien, aunque con bastantes matices y todavía muchos interrogantes, la investigación científica parece comenzar a darles la razón: Los perros podrían tener la capacidad de empatizar con sus dueños, es decir, que serían capaces de comprender qué tipo de emoción están experimentando estos.

Ésta es la conclusión de un interesante estudio realizado por la bióloga del comportamiento Karine Silva, de la Universidadde Porto, en Portugal, que se ha publicado en diversas revistas científicas. El experimento se basó en el análisis del patrón de bostezo de los perros, concretamente en un curioso fenómeno con el que todos estamos familiarizados, pero que tiene más trascendencia de lo que podría parecer: El hecho de que cuando alguien bosteza, muchas personas a su alrededor comiencen también a bostezar.

Karine Silva y su equipo ya sabían, como la mayoría de dueños de perros, que estos animales tienden a bostezar cuando ven hacerlo a sus amos. A simple vista esto podría parecer poco importante, pero en realidad resulta sorprendente: El fenómeno del bostezo contagioso sólo se ha observado entre seres humanos, entre perros, chimpancés, babuinos y geladas (un primate que habita en zonas montañosas de Etiopía). Pero este contagio siempre es entre miembros de la misma especie, no entre especies distintas, así que el hecho de que los perros se contagien del bostezo humano es algo verdaderamente asombroso.

Pues bien, es probable que en este momento comience usted a preguntarse que qué tienen que ver los bostezos contagiosos con las emociones humanas, la empatía y los perros. Y realmente sería una pregunta bien sensata porque todo ello, a simple vista,  parece una amalgama confusa de cosas sin ninguna relación. Sin embargo, aunque no lo parezca, el contagio de los bostezos y la capacidad de ponernos en el lugar del otro, parecen estar íntimamente conectadas. 

El Misterio del bostezo contagioso

Que los bostezos se contagian es una evidencia cotidiana que no requiere demostración: Basta que alguien comience a bostezar en un grupo para que una cadena de bostezos y lagrimeos se apodere de todo el mundo. Sin embargo, hasta hace bien poco, no había ninguna explicación satisfactoria para este fenómeno. Podría parecer extraño que algo tan usual no tenga explicación, pero en realidad todo lo que rodea a los bostezos es un enorme misterio. El desconocimiento llega a tal punto que todavía no hay un acuerdo sobre la utilidad del bostezo, es decir, sobre para qué sirve bostezar.

Durante muchos años se pensaba que bostezábamos para oxigenar el cerebro. Según esta teoría, cuando el nivel de oxígeno en la sangre descendía mucho, el tronco encefálico -un centro neurológico cuya función equivale a la de un vigilante de seguridad, encargado que monitorizar sin descanso las funciones corporales básicas- emite una señal de alerta que provoca la inhalación de aire a través de una gran bocanada. Tenía cierto sentido y durante mucho tiempo así se creyó.

Sin embargo, dos odontólogos norteamericanos de la universidades de Maryland y Princeton, Gary Hack y Andrew Gallup, decidieron poner a prueba esta hipótesis introduciendo a un grupo de voluntarios en una cámara con mayor concentración de oxígeno de la habitual. Durante varios periodos de tiempo contaron los bostezos de las personas y compararon esa cifra con el número de bostezos de esas mismas personas cuando estaban fuera de ella. El resultado fue que las personas bostezaban lo mismo, hubiera más o menos concentración de oxígeno, con lo que la teoría de la oxigenación quedó descartada.

¿Y si no sirven para oxigenar para qué sirven? Algunos científicos mantienen que bostezar podría tener una función refrigeradora parecida a la del radiador de un coche, es decir, que bostezaríamos para enfriar un cerebro demasiado recalentado por la actividad. Parecería una teoría razonable, ya que es cierto que tendemos a bostezar cuando estamos cansados tras un largo día de trabajo.

Sin embargo, el problema de estas teorías biológicas del bostezo es que se topan con algo que no consiguen explicar: El hecho de que los bostezos se contagien y, lo que es más interesante, que no se contagien por igual entre todas las personas.

El investigador Ivan Nosrscia y la investigadora Elisabetta Palagi, ambos de la universidad italiana de Pisa, decidieron analizar cómo se contagiaban los bostezos. Para ello pasaron varios meses observando a personas en los medios de transporte público, en sus trabajos o mientras compartían mesa para comer y descubrieron algo verdaderamente llamativo: No nos contagiamos por igual de los bostezos de todo el mundo. Los resultados de su estudio mostraron que si el que bosteza es un familiar, será mucho más probable que nos contagiemos de su bostezo. Bueno, en realidad comprobaron que si el bostezo venía de alguien de la familia el contagio era casi seguro; y además, el tiempo transcurrido entre el primer bostezo y el bostezo contagiado, era muy corto. En cambio, cuando el bostezo venía de un amigo, la probabilidad de ser contagiado por su bostezo era un poco menor; y además, el tiempo transcurrido entre el primer bostezo y el bostezo contagiado resultaba un poco más alto.

Ivan Nosrscia y Elisabetta Palagi aportaron también datos acerca de qué sucedía si las personas eran simple conocidos o incluso personas que jamás se habían visto antes: Como era a esperar, en vista de los resultados señalados arriba, era muy extraño que las personas se contagiaran del bostezo de un simple conocido. Y en el caso de los desconocidos lo habitual era que el bostezo no se contagiara en absoluto.

Aunque es posible que el bostezar tenga alguna utilidad biológica –como la de refrigerar el cerebro- el hecho de que nos contagiemos más fácilmente de los bostezos de personas cercanas sugiere que  pueda haber un fuerte componente emocional. De hecho, según los estudios de Nosrcia y Palagi, cuanto más fuerte es el vínculo entre las dos personas, más probabilidades de sufrir el contagio.

Para comprobar esta hipótesis –que contagiarse del bostezo de alguien es una señal de empatía, de vínculo afectivo y de cercanía emocional- se han llevado a cabo muchos los experimentos en los últimos años. En todos ellos se ha buscado relacionar altos niveles de capacidad empática, medida a través de tests de personalidad, con probabilidad de ser contagiado por un bostezo. Una de las investigaciones más conocidas es la de la Universidad de Filadelfia. En ella midieron la capacidad de empatía en un amplio grupo de estudiantes y después les hicieron ver un video en el que aparecían personas bostezando. La idea era que determinados tipos de personalidad serían menos dadas a dejarse contagiar por los bostezos que otras: Éste es el caso de las personalidades esquizoides, caracterizadas por un profundo aislamiento emocional y una mayor frialdad afectiva; o también por las personas con rasgos psicopáticos, una de cuyas características de personalidad es una baja capacidad de empatizar con las emociones ajenas.

Pues bien, tanto los estudios de Filadelfia como otros llevados a cabo en otros lugares han demostrado que efectivamente, las personas más empáticas son más propensas a dejarse contagiar de los bostezos.

La idea de que tras el contagio del bostezo pueda esconderse una manifestación de cercanía emocional, de empatía, encajaría perfectamente con algo que se ha mencionado antes: Sólo entre humanos, perros, chimpancés, babuinos y geladas se ha constatado la existencia del fenómeno del bostezo contagioso. No es casual que todas estas especies vivan en grupos familiares y que compartan y comuniquen buena parte de sus emociones. En el ser humano pueden ser los tonos de voz o los gestos faciales; también es así entre los chimpancés o babuinos; entre los perros, sin embargo, las emociones se transmiten a través de posturas del cuerpo, la cola y la cabeza. Pero en cualquier caso, todas estas especies dedican una gran cantidad de tiempo a comunicar cómo se sienten y a intentar comprender cómo se sienten sus semejantes.

Los perros que bostezan, perros que nos entienden

El experimento de la Universidadde Porto que abría este artículo trató de averiguar si los perros se dejarían contagiar en la misma medida por los bostezos de personas desconocidas que por los de sus amos. Y para ello decidieron exponer a los perros a grabaciones de audio que contenían bostezos de sus dueños, mezclados con los de otras personas.

La idea era que si los perros respondían por igual a todo tipo de bostezos no podríamos estar hablando de empatía o cercanía emocional. Sin embargo, si los perros distinguían entre ambos y bostezaban más a menudo con el sonido de los bostezos de sus amos, la idea de que podrían estar experimentando algún tipo de empatía ganaría fuerza. Y así fue, con gran diferencia además: Los perros bostezaron cinco veces más ante el sonido de los bostezos naturales de sus dueños, que ante otros bostezos.

Las conclusiones son asombrosas porque arrojan los mismos resultados que la Universidad de Pisa había señalado años atrás. Sin embargo en esta ocasión no estaríamos hablando de empatía entre dos seres humanos, sino entre dos miembros de distintas especies. ¿Es posible que verdaderamente los perros sean capaces de reconocer en alguna medida nuestras emociones y conocer nuestros estados de ánimo? En definitiva ¿los perros nos comprenden? ¿Pueden acompañarnos en nuestro sentimiento?

La idea no es tan descabellada: Los perros fueron probablemente la primera especie en ser domesticada y llevan viviendo entre los humanos más de 15.000 años. Desde el comienzo, humanos y perros hemos forjado una sólida alianza para enfrentarnos a los desafíos de la supervivencia. Los perros han vigilado nuestro ganado, han protegido nuestros hogares, han cuidado de nuestros cachorros humanos, nos han ayudado en la caza, han guiado a nuestros ciegos y actualmente hasta se encargan de rescatar personas o localizar explosivos. A cambio han recibido nuestro cuidado, nuestra protección y nuestro cariño y han pasado a formar parte de nuestras familias; de nuestra manada humana.

La empatía, en realidad, es un arma evolutiva: Si somos capaces de entender al otro, si podemos sentir lo que el otro siente, será más fácil poder forjar una alianza con él, ayudarnos, unirnos, compartir la dificultad de la existencia. Sin ella, sin empatía, los seres humanos no habríamos conseguido sobrevivir: No somos demasiado rápidos, ni demasiado fuertes, ni demasiado ágiles; no tenemos grandes colmillos, ni poderosas garras, ni somos capaces de volar. Sin embargo en algún momento descubrimos que podíamos trabajar juntos, compartir la comida, cuidar de nuestros enfermos, intentar resolver los conflictos sin recurrir a los golpes y los mordiscos y comprendernos mejor, en definitiva. Ésta fue y es la clave de nuestro éxito como especie.

Parece que tras quince milenios compartiendo la comida, las alegrías y las penas, perros y humanos hemos aprendido, de alguna manera, a comprendernos y a colaborar. Y aunque resulta imposible saber qué siente un realmente perro o en qué medida pueda ser consciente de nuestros sentimientos, la idea de que tengan la capacidad de empatizar con nosotros parece cada vez más fundamentada por la investigación.

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